El otro delirio colectivo

Igual que en una tormenta, en las reacciones sociales, son fácilmente identificables distintos focos de histeria colectiva.

Igual que en una tormenta, los focos se contraponen y baten para intentar imponer su propia borrasca, su propia histeria; porque no ser parte de la histeria principal, no te deja al margen de la histeria.

Igual que en una tormenta, la razón indica que se debe desensillar hasta que aclare porque "Si nos apartáremos de la turba, cobraremos salud, porque el pueblo es acérrimo defensor de sus errores contra la razón".

Y la turba no es exclusivamente la que nosotros mismos consideramos, manipulada o naturalmente, histérica; cuando la histeria es colectiva, todo polo, todo foco, toda masa, toda acción y reacción, cobra características histéricas; sacude, arrastra, bate y termina por hacer perder la individualidad, satura, impidiendo escuchar el silencio de la razón.

Como es evidente, manipular a un animal de manada, resulta relativamente fácil; una campana allá y otra aquí, un perro que amenaza por un flanco, una valla que limita por el otro, un chiflido del arriero y, voila! Todo el conjunto se pone en movimiento, incluso es posible llevarlos a un abismo, en el que irán cayendo los primeros por la presión de los segundos, y los segundo por la de los siguientes.

Hay un punto, doloroso probablemente, en el que la histeria empujada hacia el barranco, igual que una tormenta que finalmente pierde la masas de aire que la alimentan, se irá desinflando, perderá integrantes y dejará de ser masa.

En este momento puedo identificar los perros, las campanas y las vallas por un lado, el foco principal de la tormenta, que contiene a los aterrados y a los cumplidores complacientes, y el contrafrente de quienes, en mayor o menor medida, han logrado identificar lo artificial, lo incoherente, la aberrante distancia entre el discurso y la acción propuesta por los piromaníacos.

De los piromaníacos, prefiero adoptar la visión de que el bien necesita el contraste del mal; encarnan eso, todo lo malo y dañino del espíritu humano.

De los primeros histéricos, poco puedo decir, están cegados, ensordecidos, desbordados por el abismo interno al que los han expuesto, un vacío más propio de un animal irracional que de un humano; ya estaban incendiados de egoísmo, solo hizo falta agitar suavemente el fuelle para que la braza se pusiera incandescente y chispeara, prendiendo todo lo que estaba seco a su alrededor.

Los segundos solo merecen mi desprecio, más quizás que los otros; los imagino sentados en la orilla de un río, viendo como unos niños son arrastrados por la corriente, y en lugar de zambullirse para intentar rescatar a los desafortunados, solo deciden saltar al agua para jugar; su casito será ser consientes de que, al final, el río también los arrastra a ellos y perecen ahogados junto a los otros.

Y finalmente están los "despiertos"; en general, con ellos comparto el amor por la libertad, la predisposición por hacer algo que supere lo individual, aun pudiendo ser perjudicial para ellos mismos; hacer lo correcto.

Hacer lo correcto, acá es donde surgen los otros focos de histeria; porque se puede, así como hacer lo correcto por las razones equivocadas, también hacer lo incorrecto por las razones verdaderas.

La violencia los acerca a los mesiánicos, porque dejándose arrastrar por el frenesí, serían capaces de pasar a degüello no solo a los mesiánicos, sino a todos los demás, incluso a algún despierto por no haber sido lo suficientemente violento como ellos creían razonable. Me pregunto ¿es que son realmente diferentes, o solo es que no están en la posición de los mesiánicos, y de lograr estarlo, terminarían actuando de forma similar?; por ahora les otorgo el beneficio de la duda.

Hay otros focos de histeria, que ante la desesperación por la impotencia experimentada, el sapo puesto en la olla hirviendo que al intentar saltar encuentra la tapa puesta, no son capaces de reconocer la fuerza a la que se enfrentan, y elaboran planes que, evidentemente, están en los planes de los mesiánicos (que, dicho sea de paso, no han escatimado en planificación), y por lo tanto están siendo funcionales o se están sacrificando por una victoria que nunca conseguirán.

Intentar resolver lo que nos pasa hoy, como consecuencia de lo que hicimos en los últimos 20 años, es torpeza o testarudez; es creer en un realismo mágico, en un héroe fantástico, capaz de sostener una avalancha que se puso en movimiento contra una villa.

No hay forma, el daño de hoy es lo que no hicimos ayer; persistir en intentar resolverlo hoy, solo consume el tiempo necesario para reflexionar y buscar, y sobre todo comenzar a implementar, soluciones para el mañana.

Es duro aceptar que ese esfuerzo no llegaremos a disfrutarlo en nuestro tiempo, porque las bisagras de la humanidad son descomunalmente grandes e inmensamente pesadas, se las comienza a empujar de niño y quizás se percibe un sutil movimiento en la vejez. Y para que eso pase, hace falta un trabajo conjunto, sin pausa y sin desesperación ni histeria.

La avalancha está en movimiento, los que corren al abismo ya son imparables, intentar frenarlos solo nos arrastraría con ellos, en algún momento la masa, reducida por las caídas, logrará escuchar el grito desesperado de los que están por caer "FRENEN!! ES EL ABISMO! HEMOSIDO ENGAÑADOS"

Desconcertar a los mesiánicos sería reconocer la derrota de una batalla, buscar refugio, alejarse de la histeria, de todas, y recobrar el silencio de la razón para poder volver a encontrarnos, para dar la próxima batalla, meditada, superadora y sorpresiva.

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